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Poder, silencio e izquierda



A finales de 2023, Errejón lanzó en tribuna un discurso brillante en el que denunciaba el "desequilibrio [de poder] masivo, brutal y oligárquico, que hace que, cuando [las derechas] ganan las elecciones, tienen el 100% del poder, y que cuando las gana la izquierda solo disponen del 80%", y concluía criticando que "a eso le llaman dictadura". Efectivamente, la derecha se ve tan crispada en la oposición porque su costumbre es dominarlo todo, y cuando esto no pasa, no soporta escuchar opiniones distintas, relatos divergentes... Gracias al relato de una "transición modélica" (obviamente, modélica para aquellos que no querían que cambiara nada), se lavó la cara a todo un régimen corrupto y plenamente politizado, de vocación imperialista y exterminadora de la disidencia. De esta manera, las estructuras de poder y las familias y empresarios enriquecidos gracias a los favores y políticas franquistas no experimentaron cambios (ni materiales, ni culturales), ni ajustes por reparación ni aplicación de justicia.


En las últimas décadas, y gracias a la base social del país, hemos podido observar transformaciones en la participación de estas estructuras, pero fundamentalmente estas no han cambiado. Especialmente, no ha habido modificación en la correlación de fuerzas de las mismas. Así, la concentración de poder institucional, económico, mediático y corporativo de la mayoría de sectores cede claramente hacia la derecha y ello, en la medida en que los sectores conservadores y ultras del país intensifican su virulencia y renuncian a la práctica del constitucionalismo democrático, los síntomas de aplicar maquillaje sobre una herida emponzoñada se hacen cada vez más evidentes. Ejemplo de ello es la actuación de jueces y magistrados como García Castellón, Salvador Alba o el propio CGPJ.


Esta posición de falta de democratización de los estamentos del poder no solo desemboca en una Administración poco diversa. Tampoco se queda únicamente en unas estructuras burocráticas que desconfían de políticas progresistas, a las que desde sus posiciones funcionariales y de lobby se resisten, sino que también tiene que ver con el exiguo espacio que queda para esa mayoría social progresista que aspira a dirigir y a contribuir en su país.


Esta idea de insuficiencia para transformar es la que explica muchas de las realidades de la izquierda y también muchas de las incapacidades del país para ser transformado.


Centrándome en la primera idea, considero que aquello que ha venido entendiéndose como intrínseco en la izquierda no lo es por su propia naturaleza, sino por este elemento del contexto que resulta crucial. Me refiero a la izquierda como "jaula de grillos", a su manía por dividirse y crear escisiones, su incapacidad para actuar de forma unida... La imagen que están ofreciendo actualmente dirigentes de Podemos o militantes y cargos públicos de Compromís ante la pérdida de presencia institucional y de capacidad de incidencia política encaja perfectamente con el análisis. En contraposición, esto es algo que no existe en la derecha. No encontraremos un relato del jaleo, puñaladas o venganza, aun habiendo sido cortada la cabeza de Casado o purgada una parte importante de VOX. Muchas veces existen, pero se ejecutan desde la sombra, la discreción e incluso la connivencia.


Y es que, rescatando las palabras de Errejón, quizá pueda explicar algo de todo esto ese diminuto espacio de acción del 20% disponible únicamente cuando se gobierna. De esta manera, mientras que la derecha dispone de aliados mediáticos, económicos... para ofrecer a su militancia espacios de acción política, aun cuando se encuentra en la oposición, la izquierda no. Casado, por ejemplo, tras ser fulminado políticamente, ha callado. Un ejercicio de "lealtad" impensable en la izquierda. Su silencio parece haber sido pagado con un puesto de trabajo desde donde desplegar su ideología y alimentar su prestigio profesional. Esto ha sido tan evidente que periódicos como El Confidencial han hecho mención al valor de su silencio.


Casado ficha por un fondo de inversión y El Confidencial valora que su silencio tiene un valor

Con esto no quiero profundizar en cuestiones éticas. Ni siquiera pretendo hacer un juicio de valor, sino más bien constatar una realidad. Desde la izquierda solo podemos actuar en coherencia con el contexto, y solo entendiéndolo podremos gestionar adecuadamente nuestra cultura y realidad. Cabe desplegar una estrategia de democratización del Estado sin paliativos. Cada vez es más urgente recuperar las Administraciones para el pueblo. Ahora bien, desde nuestras organizaciones debemos dar a la luz una nueva cultura de la diversidad y la acción compartida. Es posible la colaboración de fuerzas diferentes, y no me refiero únicamente a uniones electorales (sobre estas, hay que desterrar el mito de la unión a toda costa si se quiere dar la bienvenida a la generosidad en el diálogo, en contraposición con el chantaje etiquetar al culpable de la desunión), pues lo más importante es la capacidad de marcar agenda y plantear cuáles son los problemas y las soluciones de la ciudadanía.


Disponemos de un país de pulsiones transformadoras, feministas, ecologistas, decoloniales... Solo desde la generosidad, el diálogo y la convivencia de liderazgos podremos presentar proyectos potentes, capaces de disputar la hegemonía que nos robaron y que está esperando la mayor parte de nuestra sociedad. Empecinarnos en pelearnos por un trozo de poder menguante es la antesala de un nuevo fracaso que no conduce a nada más que a posiciones de resistencia.

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